Wednesday, October 26, 2005

República, Libertad y Representación en la construcción de la Democracia Liberal. ¿Especulación o Empirismo?

Concibiendo ligeramente los rasgos del sistema democrático moderno, Norberto Bobbio (1909-2000) afirma que se trata de un contexto político que “a partir de sus leyes fundamentales los miembros de una sociedad, por numerosos que sean, pueden resolver los conflictos que inevitablemente nacen entre los grupos que enarbolan valores e intereses contrastantes sin necesidad de recurrir a la violencia recíproca”[1]. Sucesivamente, Friedrich Von Hayek (1899-1992) alerta que “el mayor abuso que se puede hacer de la definición de democracia es el no referirla a un procedimiento para alcanzar el acuerdo sobre una acción común, y a cambio llenarla de un contenido sustancial que prescriba cuáles deben ser los fines de esta acción”[2]. Dirigiéndome en aquella formulación de Robert Nisbet[3] de que una Idea-elemento es “una perspectiva, un marco de referencia, una categoría (en el sentido kantiano), donde los hechos y las concepciones abstractas, la observación y la intuición profunda forman una unidad” (pero fundamentalmente agrupamientos y relaciones de hombres e ideas); examinando detenidamente la visión general que ambas frases expresan, es decir, el sentido de la democracia, he reparado que sus componentes evidenciados en las citadas frases están presentes en torno a Ideas-elemento identificables como equivalentes a aquellas de República, Libertad y Representación que cimentaron en perspectivas distintas el pensamiento de los autores que se hallarán a partir de aquí en cuestión: Nicolás Maquiavelo (1469-1527), Thomas Hobbes (1588-1679) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). A las susodichas República, Libertad y Representación, adoptando como conjunto un sentido liberal-democrático, se les corresponden “Leyes Fundamentales”, “Resolver Conflictos”, “Valores e Intereses” (Bobbio), “Procedimiento” y “Acción Común” (Von Hayek). Sin embargo, quienes debo analizar (Maquiavelo, Hobbes y Rousseau) son teorizadores políticos notablemente diferentes entre sí, y a partir de esto, contribuyentes en grado diverso a la formación de las Ideas-elemento del pensamiento liberal-democrático, entre ellas las de Bobbio y Von Hayek, sobre el funcionamiento del sistema político. Desarrollando a continuación República, Libertad y Representación tal las concibieron Maquiavelo, Hobbes y Rousseau, intentaré dilucidar cuáles han sido los aportes positivos de estos tres autores, o en todo caso, si mi apreciación inicial resulta ser correcta, lo que se atisba como liberal-democrático en dos de ellos frente a las nociones radicalmente opuestas del inventor de un orden constituido y dominado por contenidos sustanciales. A modo de conclusión, cumpliendo con lo que la última parte del título de esta obra promete, propondré una respuesta a la pregunta acerca de la naturaleza de las Ideas-Elemento de la democracia liberal.


Nicolás Maquiavelo. La República y el conflicto, hacia la Libertad.

La idea de Democracia en el Renacimiento se asociaba con las nociones de discordia e inestabilidad
[4], pues la imagen que se tenía de ella era aquella de la aldea de gobierno popular que llevaba una vida de altercados intestinos y desorden permanente. Contrariamente, el sentido de la República, el cual refería típicamente a la experiencia romana del Gobierno Mixto, surgía en la imagen de la estabilidad, la concordia, y la acción libre de los individuos organizada en función de la armonía y la unidad de la civitas. El humanismo florentino se expresaba así a través de la voz de Dante Alighieri (1265-1321); “Si, pues, el juicio mueve completamente al apetito, y de ningún modo proviene de éste, es libre; si, por el contrario, el juicio es movido de cualquier modo, por el apetito, no puede ser libre, pues no depende de sí, sino de quien lo tiene cautivo”[5].
Maquiavelo, en sus “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, emprende la búsqueda de las causas de la grandeza de Roma con la esperanza de que éstas pudieran ser la clave para repetir la historia. Primeramente, analiza las formas puras e impuras de gobierno, reconociendo que insoslayablemente un orden constituido por alguna de las formas puras, como consecuencia de los vicios deviene su forma impura. Conocieron los legisladores espartanos y romanos, los primeros por obra de un hombre, Licurgo, los segundos por obra de la necesidad que imponía los acontecimientos, la prudencia de establecer un gobierno firme y estable que huyera de cada una de las formas de gobierno en estado puro. Como las disputas eran entre príncipe, nobleza y pueblo, reclamando cada uno de ellos una forma pura de gobierno que les resultara favorable a sus intereses; pues resultaba entonces necesario que el ciclo monarquía-tiranía, aristocracia-oligarquía y democracia-demagogia, movido por la corrupción y la pérdida de la virtud de los actores, y adversamente, conducente al debilitamiento de la civitas; fuera disuelto por medio del establecimiento de un tipo de gobierno que contuviera a las tres formas puras: la República, el “Gobierno Mixto”.
Sin embargo, en efecto, la instauración de un régimen de Gobierno Mixto plantearía una cuestión muy inconveniente que alertaba a los pensadores políticos del renacimiento italiano. ¿Cómo conciliar a las diversas facciones que actúan en la vida cívica para que la propia lucha que sostienen no se aleje del cauce de la virtud y el bien común? Contrariamente a lo que sus coetáneos pensarían, lejos de considerar el proceso político como un espacio donde las partes convergen en la realización del bien común, Maquiavelo eleva el peligro del tumulto al grado de asumir la condición de sostenedor de la vida cívica. En la República, los Grandes –aristocracia- y el Pueblo se enfrentan como dos sujetos con voluntades contrapuestas y sin la más mínima intención de ceder uno ante el otro. Estas fuerzas sociales opuestas que se vigilan una a la otra, aprobarán sólo aquellas leyes o instituciones que conducen a la libertad cívica apoyándose en los deseos de los pueblos libres, que por nacer de un sentimiento o sospecha de estar siendo oprimidos, raras veces son perniciosos para la libertad. Así, los desórdenes en Roma servían en último término para evitar el triunfo de intereses sectarios y para promover el interés público, consolidando la Libertad mediante las leyes. En los hechos, satisfaciendo el deseo de la libertad para vivir seguros.
A partir de estas tesis de Maquiavelo es posible introducirse en la lógica de confrontación de grupos que se presenta en los escenarios de la moderna democracia. Si los Valores e Intereses que rivalizaban para Bobbio pacíficamente pueden vislumbrarse en la canalización del Tumulto -escena del conflicto entre los Grandes y el Pueblo- como un mecanismo para garantizar la permanencia del orden, resolviendo conflictos y consolidando la libertad a largo plazo; asimismo es allí visible la subordinación a las Leyes Fundamentales o al Procedimiento. Sea en las leyes buenas que hacen a la buena educación y por ende a la virtud, o en la persecución de quienes desprecian la “utilidad común que se deriva de la vida en libertad”; todo ello no permite más que solidificar la continuidad de los conflictos en un marco de virtud y aceptación de las formas de la vida libre, lo cual devenga el mejor resultado de la República: la Libertad. Ella misma es entonces la manifestación insita, el fin declarado y a su vez subyacente de la Acción Común que deben resolver los individuos.


Thomas Hobbes. Pacto y Libertad.

La filosofía política de Thomas Hobbes parte de una concepción netamente materialista. En su ensayo “El Leviatán”, asevera: “The universe is corporeal; all that is real is material, and what is not material is not real”
[6]. La proposición de Hobbes en “El Leviatán” fue erigida como una expresión abstracta de lo que en verdad percibía el autor de la dinámica de la sociedad de la cual él mismo era parte. Por eso, cuando se refiere al hombre en “Estado de Naturaleza”; aquel que busca el placer enfrentándose a su semejante, del cual desconfía y teme que lo mate con tal de asegurarse el objeto del deseo de ambos, sin que nadie lo proteja o vengue de ello; no lo está contraponiendo al hombre civilizado, “sino que se refiere a hombres civilizados cuyos deseos son específicamente civilizados; que el estado de naturaleza es la condición hipotética en la que los hombres, tal como son ahora, con sus naturalezas formadas por la vida en la sociedad civilizada, se hallarían necesariamente si no hubiera un poder común capaz de intimidarlos a todos”[7].
En el Estado de Naturaleza, los hombres, en busca de satisfacer sus deseos, irremediablemente entran competir y a desconfiar entre ellos. El ataque de unos a otros proviene de tres causas subsiguientes: el logro de un beneficio, la defensa de este logro y la pretensión banal de instalarse encima de los otros por motivos insignificantes. Pero esto no sería posible si se estuviera en un medio en el cual un poder común fuera capaz de atemorizar a todos los hombres, y consiguientemente, calmar sus pasiones. En ausencia de tal poder, los hombres se encuentran en Estado de Guerra, una situación de disposición manifiesta a la lucha. Bajo condiciones tales, el pecado, la ley y la justicia no existen; y los hombres, entonces, quedan librados a su absoluta libertad, pero también, de manera tétrica, a la posibilidad de ser despojados por otro a las obras de su esfuerzo, y principalmente, a la muerte violenta. De allí que, obligados por la ley de la naturaleza a preservar sus vidas, claman por la paz.
La paz, según Hobbes, es la ley fundamental de la naturaleza, en otros términos, la imperiosidad de conservar la sociedad. Si la ley fundamental de la naturaleza manda a los hombres a esforzarse por la paz, a renunciar a su derecho a todas las cosas y satisfacerse con la misma libertad que los demás hombres; quiere decir que la renuncia a la libertad absoluta es el primer paso para comenzar la difícil labor de conservar ni más ni menos que la sociedad misma. Por consiguiente, los hombres convienen en transferir ciertos derechos para dar garantías mutuas de seguridad, a lo cual Hobbes denomina Contrato. Sin embargo, nada asegura hasta ahora, con el pacto de asociación, de que haya certeza de que todos los contratantes vayan a cumplir su palabra de renuncia a sus derechos, que los pactos signados entre hombres no sean nulos ante la menor sospecha de no cumplimiento. De aquí que, en adelante, habrá de recurrirse a un poder común sobre todos los contratantes, con derecho y fuerza suficiente para obligar al cumplimiento de los pactos y acuerdos.
Pero, ¿de qué manera se da consistencia a tamaño poder? Pues bien, en el acto conocido como pacto de sujeción, confiriendo todos los hombres su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de hombres; transfiriendo cada hombre su derecho a gobernarse a sí mismo a un hombre o a una asamblea de hombres: el Estado. Este representa la personalidad de cada uno de los hombres que intervinieron en el contrato, y cada cosa que el Estado haga será obra de quienes estén siendo por él representados. Esta gran persona formada por todos los hombres que contrataron, el Leviatán, proveerá la paz y la defensa común. Su titular será el soberano y los hombres que lo rodeen sus súbditos, quienes, habiéndolo aprobado o no, deben autorizar todas sus acciones o juicios; y una vez que queda instituido, ya no es posible separarse de él ni hacer un pacto nuevo para someterse a otro soberano. Así, los individuos se asumen primariamente como destinatarios, y substancialmente, como ejecutores indirectos de las acciones del soberano, el Leviatán. Lo que el Leviatán obre será obra de los ciudadanos; él hace de la multiplicidad social una persona política que disponga a la nación en posición para actuar en el marco histórico, lo cual implica especialmente la sustentación de una sociedad en la cual los individuos, por sí solos, efectúen las actividades que les son propias sin temer ni recurrir a la violencia. “El cuerpo social existe si y sólo si existe quien, al sumar sus partes, lo represente”
[8].
“Libertad significa, propiamente hablando, la ausencia de oposición”, así comienza Hobbes el capítulo XXI de “El Leviatán”. Lejos de ser el Estado un coartador de la Libertad, es precisamente su garante. La Libertad de hacer lo que la propia razón sugiera provechoso radica invariablemente en la libertad de comprar y vender, de signar contratos, de escoger residencia, alimento, género de vida; en suma, se trata de ser libres de hacer todo aquello que es garantido por el poder estatal. De las acciones que está privado por ley, son, vaya caso, las que atentan contra la libertad de hacer lo que por razón más relevante concibe. Por este motivo, el contrato supone que las libertades otorgadas por el soberano que demuestren ser perjudiciales a los fines de éste de proteger a sus súbditos, serán revocadas.
“Ese interés público que personificáis no es más que un término abstracto: sólo representa la masa de los intereses individuales...”
[9]. Acaso esta frase de Jeremy Bentham describa elocuentemente la imagen del Leviatán, ese gran hombre integrado por numerosos hombres más pequeños. Si bien en “El Leviatán” no se analizan ni sugieren formas específicas de gobierno, la noción de Estado y autoridad política que esboza allí Hobbes es la propia mano por la cual acciona el sistema político liberal. Los Valores e Intereses que los individuos esgrimen, sin más, son aquellos que fuera del Estado Hobbesiano asumirían un rumbo violento para saldar sus conflictos. En cuanto a las Leyes Fundamentales, estas no son ni más ni menos que las leyes del Estado, aquellas que persiguen el interés público de la paz y la defensa (las Acciones Comunes) armonizando y conteniendo en sí la variedad de intereses individuales; son las que crean los Procedimientos para que los intereses individuales no colisionen entre sí, para que encuentren sus distancias, autonomías y mediaciones. Las leyes son la lógica del Contrato, del Estado Hobbesiano, como afirma Eduardo Rinesi en “Política y Tragedia”, “la Lógica de la Separación, porque sólo la separación garantiza, según Hobbes, las condiciones para la vida”[10].


Jean-Jacques Rousseau. Fundación de la Libertad por la Voluntad General.

Jean-Jacques Rousseau rechazaba la posibilidad de fundar la sociedad en base a un contrato de asociación y de sujeción a una autoridad encargada de conservar el orden y el cumplimiento de la ley. Vehementemente, las acusa de ser el dominio del género humano por una centena de hombres. En ese sentido, es posible interpretar que en principio censura las fórmulas de los sistemas políticos representativos. Interrogándose acerca de cómo fundar un método de asociación que defendiera y protegiera –usando el poder de todos los hombres- la vida y la propiedad de cada miembro, además de habilitar a cada miembro de la sociedad a obedecerse solamente a sí mismo y permanecer libre como en su estado natural; elabora la idea del Contrato Social. Los términos de este contrato se reducen a un simple requisito: el miembro individual debe entregarse a sí mismo, incluyendo sus derechos, a la comunidad. Esto ha de ser así, puesto que la condición será la misma para todos si cada individuo se entrega totalmente, y siendo igual, nadie se verá tentado a hacer de ella una carga más pesada para el resto. Mientras que en la transferencia de fuerzas y derechos de los hombres al soberano en el contrato hobbesiano nadie podía enajenar su derecho a querer conservar su vida, la entrega total del individuo en el Contrato Social de Rousseau presume que para un contratante “su vida no es ya solamente un beneficio de la naturaleza, sino un don condicional del Estado”
[11].
La voluntad individual es un inconveniente constante para la Comunidad formada por el Contrato Social. Siendo dable confundirse como Voluntad General cuando se manifiesta como una voluntad ampliamente aceptada, siendo tan solo una suma de voluntades particulares, puede provocar daños a la Comunidad, aunque sin jamás afectar a la voluntad general, que es inmune. La Voluntad General dirige al Estado hacia los objetivos para los cuales fue fundado, su ejercicio es la Soberanía, inalienable e indivisible, pues la Voluntad General o es o no es. La Voluntad General está siempre en lo correcto y se inclina por el bien público. Por eso, quienquiera que se niegue a obedecer a la voluntad general, debe ser forzado por toda la Comunidad a acatarla; por la fuerza, ha de ser libre. La sumisión a la voluntad general evade a una persona de ser dependiente de otra.
Las deliberaciones de la gente no poseen la misma rectitud que la Voluntad General. Las personas desean lo que es bueno, pero no siempre perciben lo que lo es. Cuando se debe legislar, el legislador, un “hombre extraordinario” que es directamente el ciudadano y no el representante de voluntades particulares o sectoriales, como tal debe ser intérprete de la Voluntad General, y en las leyes que establece, él no existe como tal, sino como súbdito. Considerando que, de continuar en su condición de legislador una vez promulgada la ley, y en fin, su supremacía sobre ella, en el acto de legislar primaría su interés personal; el legislador debe abandonar tal condición para someterse a la ley al igual que todos los miembros de la Comunidad. Es de notar que este singular legislador no es producto de una elección de representantes, pues, en tal caso, sería una fuente de dominio del conjunto por unos pocos, o bien, deudor de la voluntad interesada de un individuo. Rousseau presenta el ejercicio y la conducción del poder directamente por el ciudadano modelado a imagen de Voluntad General; y aborrece, lógicamente, la participación en el gobierno del individuo por moldeado por su historia en cuanto a lo que es en sí mismo y a su grupo.
En una trama en la cual los intereses individuales son impugnados, donde la alineación y el funcionamiento del sistema político y de la sociedad misma adquieren fines últimos, se expone un modelo de estado y de sistema político sumamente distinto a los de Maquiavelo y Hobbes. Si en estos la organización se construía para dar respuesta a grupos e intereses enfrentados, para alcanzar su libre convivencia y su cooperación para la conducción del Estado y la regulación de las actividades de los individuos; en dimensiones opuestas, Rousseau se aferra a la idea de una sociedad en la cual la particularidad sea superada por un sentido último yaciente en la Voluntad General, un fenómeno que se presentaba en todas las voluntades, mas frecuentemente sin poder ser discernido. El Contrato Social suscita la discusión del “contenido sustancial que prescriba cuáles deben ser los fines de esta acción”, exactamente aquello que Von Hayek censuraba en la definición de democracia.


Las Ideas-Elemento de la Democracia Liberal. ¿Obra de los hechos o de la fantasía?

“Reaccionar contra la crueldad, la injusticia o la opresión es una cosa; tener una panacea para asegurar la libertad del hombre o su felicidad es un asunto muy diferente”. Esta respuesta corresponde a la pregunta de si no había ambición o arrogancia en el hombre que trata de hacer que la realidad se ajuste a sus así llamados ideales. Quien se la formulaba era Lewis Namier, en un artículo sobre la influencia psicológica en el entramado de las ideas políticas
[12]. Estimo que la misma pregunta puede hacerse respecto al surgimiento del pensamiento político de Hobbes y Maquiavelo y de su evolución posterior hacia lo que contemporáneamente se registra como la doctrina de la democracia liberal, o el liberalismo democrático.
En “El Leviatán”, creo haber observado con notable evidencia que Hobbes intenta diagramar desde unos pocos elementos de percepción y razonamiento humanos, un cuadro de la motivación y la acción humana del cual sea deducible una posible forma de relaciones políticas y su relativa conveniencia. En esta labor aparece como un elemento muy destacado la cuestión moral, que en la obra de Hobbes nace de la necesidad cotidiana de establecer derechos y obligaciones para la conservación de la estabilidad social. Sin dar lugar a la fantasía detrás de la utilidad de la religión, la subordina al Estado y le confiere un papel instructivo destacable. Ha de reconocerse que Hobbes, tal es sostenido por Macphearson, no reconoce como criterio de valores ninguna idea de justicia basada en nociones que estaban al margen y por encima de cualquier hecho; sino que los hechos mismos denotaban objetivamente con que valores y derechos la sociedad de su época estaba dispuesta a desenvolverse.
La crítica al cristianismo que Maquiavelo esboza en sus “Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio” se desarrolla paralelamente al sentido de la cuestión moral, de la religión, en la consolidación de un orden. Es eminente que no era asunto que llamara la atención e hiciera emanar una perspectiva desfavorable por los valores en sí que profesara el cristianismo, sino más bien, molestaba a Maquiavelo la inadecuación de unos valores llamaban a la privación de los goces terrenales a un país en el cual las reyertas políticas se daban en la mayor parte de las ocasiones por asuntos de estos mismos. De la misma manera, el aborrecimiento de las formas puras de gobierno era naturalmente una objeción a ideas organizadoras que no contemplaban la existencia de grupos irreconciliables en algún sentido, cuyos enfrentamientos eran en primer lugar la contradicción lógica a los modos que estas ideas proponían.
Por último, en lo que refiere a las Ideas-elemento analizadas en partes de este trabajo, en los términos en que han germinado a lo largo de diversas épocas, aún cuando no pocos piensan que en la actualidad se hubieren adaptado a una forma idealista y especulativa, en realidad nunca han dejado de ser presentes. Tanto lo que atestiguan Bobbio y Von Hayek en las citas inscritas en los primeros renglones de este escrito se condice con la experiencia que se vive en nuestros tiempos y que aún se reproducirá en un futuro que no se reduce a la inmediatez. Los sucesos políticos ocurridos en los últimos años han degradado a la democracia liberal, sin embargo, en una época en que los valores e intereses contrapuestos se enfrentan en un contexto de incomprensión y violencia, la voluntad de superar los crecientes desajustes de la sociedad global transita principalmente por recuperar un orden civil y político que contenga a la diversidad como un motor mismo de progreso. Aquí no se juega la fantasía.
Marc Papàïs, Conde de Erialplatonia
Agosto de 2005

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[1] Norberto Bobbio, Democracia
[2] Op. Cit.
[3] Robert Nisbet, La formación del pensamiento sociológico 1, Capítulo 1, p. 18. Ed. Amorrortu, Buenos Aires.
[4] J. Fernández Santillán, La Democracia como forma de gobierno.
[5] Dante Alighieri, De la Monarquía. Libro I, Cap. XIV, p.49. Ed. Losada/ La Página. Buenos Aires, 2004.
[6] El Universo es corpóreo; todo aquello que es real es material; mientras lo que no es material, no es real”.
[7] C.B. Macpherson. La Teoría Política del Individualismo Posesivo. Capítulo II.
[8] J. C. Monedero. Representación política.
[9] J. Bentham. Teoría de las penas y las recompensas.
[10] E. Rinesi. Política y Tragedia. Cap. 4. Ed. Colihue, Buenos Aires.
[11] J.-J. Rousseau. El Contrato Social. Libro II, Cap. V
[12] L. Namier. La naturaleza humana en la política. Revista “Prismas”, Nº4, 2000, pp. 143-147.

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