Monday, October 10, 2005

Imprudencias sobre el 12 de Octubre

Primero. Desde la nave principal se avizora la tierra. La caravana ha alcanzado el Asia avanzando hacia el oeste. Nadie se cayó del mapa, como amenazaban nuestros infundados temores. Aquellos andaluces, castellanos y genoveses conocían cabalmente el descubrimiento de Erastóstenes y la concepción aristotélica del Universo. Los maestros que nos relataron año tras año la aventura mágica de un lunático tal vez poco podían explicarnos de qué se trataba. Los españoles, cuentan, llegaron a América y regalaron amablemente espejitos de colores a los indios (los habitantes de la India en verdad se denominan hindúes), y estos, a su vez, oro a los españoles. Esto ya lo sabemos de memoria; por eso no hay más que convenir en un hecho: es un dislate.
Segundo. La conmemoración del 12 de Octubre por el descubrimiento de América es una afrenta a los pueblos americanos. Es un elogio desfachatado al crimen, al saqueo y a la opresión cultural y lingüística. Lejos de recordar este trágico día, histórico reconocimiento sería aquel de establecer el 11 de Octubre como el “último día de la paz”. Invócase que el amanecer de este día de 1492 fue el último en paz y armonía para los americanos, pues los invasores europeos fueron quienes descargaron la violencia, las armas y la traición de sus barcos para diseminarlas por el continente recién aparecido. Aquí también somos capaces de enumerar las destrucciones provocadas por el colonizador, y seguido a esto, inferimos nuevamente la existencia de una absoluta ceguera sobre los sucesos históricos y su marco de puesta en escena que nos los explicita. ¡Qué insensatez!

Un acercamiento a las causas que condujeron a tamaña empresa de invadir y subyugar vastos territorios, cuantiosos en recursos y antes desconocidos, pretendo que expliquen dos cuestiones fundamentales que como conclusión de los anteriores párrafos se derivan. En primer lugar, la historia de Cristóbal Colón no es aquella que narra las vicisitudes de un perturbado que desea fervorosamente demostrar que la Tierra no era una plataforma rectangular sostenida por tortugas gigantes. El marco ideológico en el que se inscribe el concepto “descubrimiento de América”, siguiendo las lecciones escolares, es aquel que supone la llegada de la civilización cristiana a una tierra culturalmente yerma y naturalmente rica; en la cual habitan individuos primitivos; desconocedores de las formas complejas de vida social basadas en las relaciones económicas, el dominio de la política y la constitución dogmática y burocrática de las creencias sobrenaturales compartidas. Embelesados por la magnificencia de los llegados desde el Este, los dóciles y estólidos habitantes del Oriente alcanzado desde el Occidente, voluntariamente se entregaron a la superioridad de los otros, concediéndoles sus riquezas y sus manos laboriosas. Así, se relata el destino feliz de una empresa transgresora de los conocimientos y la prudencia de los sabios de la época, que alcanza una tierra desconocida, res nullius, y acumulan fastuosa riqueza y se sirven del trabajo de hombres sumisos.
En segundo lugar, es absolutamente irracional y contraria a todo saber histórico y antropológico que el continente americano era un archipiélago de tribus indígenas conviviendo pacíficamente, sin guerrear unas con otras ni practicar el sometimiento económico, político y cultural. Esta aseveración prohíbe definitivamente la valorización de las culturas precolombinas a partir de la herencia cultural; testimonial y edilicia, que es hoy empíricamente factible apreciar. Por otra parte, implica menospreciar la ardorosa resistencia de las naciones y pueblos americanos a la ocupación y posterior conquista lingüística y religiosa, que al fin logró conservar ciertos componentes precolombinos en el montaje de la España en las Indias Occidentales. El potencial dominio del arte de la negociación por los pueblos precolombinos, caracterizable por su oportunismo en obtener acuerdos con los adelantados en detrimento de sus vecinos, fue la herramienta de la cual se valieron pueblos originarios para deshacer a sus enemigos, y a la vez, no enfrentarse directamente a los españoles. Vale recordar el episodio de la “noche triste”, fin del primer intento de Hernán Cortés por conquistar Tenochtitlán. Cuando éste, a sabiendas del planeado ataque de los mexicas, intentó huir con sus tropas sigilosamente durante la noche, padeció un feroz ataque que concluyó con la mitad de sus hombres muertos. Casi un año después, sólo con el apoyo de ochenta mil tlaxcaltecas y unos cuantos expedicionarios llegados en el ínterin, se asentó definitivamente sobre la fastuosa capital.
No es menesteroso conocer cabalmente por qué y cómo fue la colonización de las supuestas Indias de Colón; pues, evidentemente, la clave de toda refutación a las enunciaciones de las cuales se vale este intento banal y de sustento mediático de revisionismo histórico, radica fundamentalmente en su carácter estrictamente especulativo y, en consecuencia, insondable. Quizás haya que recomenzar por una explicación más científica y menos literaria de los hechos que compusieron colectivamente la realidad de la conquista del nuevo continente. Se trata de entrever en los acontecimientos que intervienen a priori y a posteriori del 12 de Octubre una dimensión histórica que la historiografía practicada por las maestras de la escuela, y aquella de la militancia política ocasional por el 12 de Octubre, soslayan de plano. ¿Por qué, sin generarnos ninguna reflexión al respecto, conocemos que la filosofía natural aristotélica, incorporada a la doctrina monástica medieval, proponía un Universo esférico y finito compuesto por esferas perfectas que circulaban alrededor de una esfera central conocida como la Tierra? Allí se da inicio a esta historia.
(Escrito para el 12 de Octubre de 2004, firmado con el seudónimo Graf Steppenwolf)
Marc Papàïs,
Conde de Erialplatonia

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