Saturday, October 13, 2007

A vuesa Beldad encandilada

Fue al alba que te ha asaltado,
Cavilación ha sido tu extrañeza,
Y a duda de tamaña aspereza,
Tu son oír no he rehusado.

Sabido hoy no halla vueso hado,
Perdida pues infantil entereza,
Será a vuesa rebelde belleza,
Ora rendir consejo versado.

Beldad de Narciso, don obsequiante,
Privada a Eco ser consagrada,
Sucumbe vana en espejo ahogante.

Beldad es razón y significante,
Magnificencia vuesa emanada,
Su gala y triunfo; vueso amante.



Marc Papàïs, Conde de Erialplatonia :j:

Wednesday, February 28, 2007

M M V I I



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Una diáfana jornada es desvelada en el alba. El despunte es el último sueño de una sucesión placentera que el roce del cuerpo con las pulcras sábanas legitima. Desde el levante, los rayos solares revisten las traslúcidas hojas verdes de los tilos con un tenue resplandor. El húmedo césped matinal arroja un apacible aroma impregnado en la templada aura que penetra por las ventanas y logra acariciar el rostro recién despierto, alimentando su sentimiento de armonía. Más allá de los prados y los bosques; de las bruñidas rocas de las montañas dimana una invitación a poseerlas. Embaucadoras de singulares efigies, alborotan las pasiones de quienes las contemplan, y les retornan un sonrojo clamoroso de aventura. Una espléndida jornada, reconoce el iluminado emprendedor, y determina su voluntad a escalar aquella montaña de donde provienen el canto de fulgor de las rocas, la más sublime, la más alta. Contemplarse a sí mismo desde su cumbre aparece ante sí como un acto placentero y cargado de vitalidad que sólo este día puede conceder.

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Marc Papàïs
Conde de Erialplatonia :j:

Thursday, November 09, 2006

Canio, "Il Pagliaccio"
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La ópera no es precisamente un arte popularizado en la América ibérica, sin embargo, vaya paradoja, no hay quien así en aquella como en las otras Américas no haya tenido una experiencia sensorial ni haya dejado de someter a una ignota reflexión -aunque valga una devoción iconoclasta- a Canio. Me disculpo ante el desasosiego de quien aguarda un contenido informativo, a lo cual quisiera agregar a modo anticipatorio, que no me refiero a otra cosa que a la historia, la poesía y la sucesión de leitmotivos en la melodía de una ópera. Es así que, como se lo hace en derredor, alzo la voz para esclarecer mis postulados acerca de Canio. Il Concetto vi dissi... Or ascoltate com’egli è svolto. Andiam. Incominciate!
En las yermas laderas, los cansinos contadini rastrillan la tierra reseca que sus padres enseñaron a implorar. Una tras otra, las generaciones habían clamado a los iconos por el auxilio de los beatos, quienes, cuando respondían, enviaban al magnánimo Pagliaccio y sus solícitos istrioni en su carretto a llenar de regocijos los vacíos graneros. Escuchar las trompetas y el resonar de los tambores en el tránsito desde el cielo enardecía a los contadini, contadine y ragazzi; quienes aglutinados en torno al carretto, concebían de la resignada miseria aquella excitada y atropelladora folla que aguardaba el asomo de Il Pagliaccio, el vitoreado don divino que principiaba ora risueño las voces del miràcolo:

Un grande spettacolo a ventitré ore
prepara il vostr'umile e buon servitore!

Pagliaccio no es un hombre por sí mismo, o si tal condición le es digna de serle concedida, es entonces morada de un sujeto más intrincado y hediondo. Escondido tras el manto del antifaz y el maquillaje blanco que exige su oficio, fatídicamente Canio elegirá vivir el fin que en tanto Canio le fue deparado. Empero, aunque el destino se construya sin remedio y los hombres ansíen forjar por aquello que conjeturan que suponen sus acciones, el oprobio que sus venas encierran sólo lo pudo acompañarla el lúbrico Tonio; aquel que entrama la traición que hará emanar su la furibunda bilis. Canio desea la venganza, únicamente aquella que hace desangrar, aquella por la cual, insosteniblemente ávido de roja furia, sucumbe a la tentación de fraguar su montaje. Pero su oportunidad le será esta vez vedada, y así, conteniendo y bruñendo su odio, se conmina a encontrar su fuga en el solaz de la folla...

Recitar! Mentre presso dal delirio
Non so più quel che dico e quel che faccio!
Eppur è d’uopo... sforzati!
Bah! Sei tu forse un uom?
Tu se’ Pagliaccio!
Vesti la giubba e la faccia infarina.
La gente paga e rider vuole qua.
...
Tramuta in lazzi lo spasmo ed il pianto;
In una smorfia il singhiozzo e’l dolor...
Ridi, Pagliaccio, sul tuo amore in franto!
Ridi del duol t’avvelena il cor!

El espectáculo se inicia, por revés, estando Canio fuera de la escena; mas pronto a ingresar en ella con su furia recobrada, su desdicha penetrando su alma y pronta a expedir su tétrica solución. Entrado en escena con su velado semblante ceñido, su voz glacial, su estrafalario espíritu guardado en su vestido, Canio ansía el castigo. Su tono grave y movimientos solemnes redundan en consentimiento multitudinario. Ataca... ahora las contadine se alzan, los contadini las retornan... Retrocede... la folla, inmóvil, se solaza envuelta en su estolidez aguardando una piedad figurada. Cernido aviesamente, el dominio de Canio se ha librado a eternizar su inefable vileza. Atronador, exclama: Il nome, o la tua vita! Il nome!, y la folla se conmueve en un impulso instintivo que denota invariablemente una definición que escapa a su medida; una definición inherente al ser, a la existencia de todo aquello que allí se yergue.
Finalmente, la Erlösung adviene. Es un hecho determinante que empequeñece y ridiculiza a quien se figura encarársele, cual un rayo que irrumpe en la envolvente oscuridad de la noche es admirado por su luminiscencia y aterrante por su infinita fuerza. Así, la acción de Canio lleva a un horror insufrible que reanima las entumecidas almas y les extrae el chillido de sus gargantas, revelándoles su nimiedad y las fatalidades que exceden los parámetros de sus universos. Sólo una vez desatado el crimen puede la folla prorrumpir su súplica y abalanzarse hacia el autor, el diminuto Canio, quien aún a tiempo cierra su obra... La commedia è finita!
En los personajes habitan personas... Es un supuesto del cual el compositor de esta ópera, Ruggero Leoncavallo, buscó su reconocimiento como principio a partir de su capacidad inmensa de proveer consecuencias. Así, el espectáculo de ficción puede pensarse en la medida de su naturaleza inalienable. Es visto como verdad acotada en una escenificación inocua e irreal, y es ello lo que inhibe la posibilidad de encontrar una acción verdadera que rebase su licencia de manifestar una lección de verdad potencial desde lo ficticio. Y aún en su plena verdad, cabría interrogarse por la posición, la compostura y la vestimenta del demagogo carismático que profiere parado sobre los tablones de la escena las caras palabras que penetran en los sentimientos de los adeptos. Si fuera esto inasequible, funesto resultaría saber que Canio sólo podrá ser visto cuando la sangre y el terror hayan comenzado a fluir sin arreglo. Humanamente, la sordidez nunca deja de convivir con la salvación de las almas, por el contrario, en la política razonada, queda la esperanza de reducirla en la duda metódica de todo aquello que se pronuncia.

Marc Papàïs
Conde de Erialplatonia :j:

Sunday, June 25, 2006

De ti, por ti, para ti
(A la Princesa de Fontpad-da)

Jovencita de jovial semblante,
de tu imagen acompañado,
Ay, de ti contemplo anhelante,
tu sutil cariño obsequiado.

De tu fiel amistad, dulzura,
por ti, jovencita, prodigada,
Infinita mi deuda perdura,
ardorosa mi vida signada.

Conmigo, hallada o faltante,
es guía tu palabra versada,
Navegando en noche, errante,
cual Halo Polar, nota ansiada.

Cuando tu tierna voz se aleja,
es mi trova de ti un susurro,
Renacida pasión me corteja,
de ti, basa de un orbe urdo.

Marc Papàïs, Conde de Erialplatonia.

Wednesday, March 29, 2006

Fontpad-da

En el estanque de los lotus, una preciosa flor de fucsia y sereno amarillo concita la cautivada mirada de los paseantes. Sobre el manto verduzco de la atiborrada agua y las flotantes hojas de los lotus, tan firmes como rocas, la flor posaba en digna soledad, resplandeciendo seductora.
Cuando entre las entramadas hojas de lotus, los peces persistían en encontrar un resquicio por el cual asomar sus bocas a las superficies; temblaban las hojas, haciéndolas mojar al rozarse. A los paseantes, su belleza cautivante les hacía detenerse ante el estanque, ciñéndolos irresistiblemente a una contemplación melancólica plena de deseos que cobraban vida en el impacto del metal con el agua. Sin embargo, la exuberante flor asistía incólume a la intensa aspiración del agua por rozarla. Allí seguían, la loada flor de coronación y el acuoso manto verde que en derredor la ansiaba. Crispada otras veces por la perseverante brisa, ilustraba un precepto espiritual: “inalcanzable por el agua, cual alejado del mal quien a Dios llevare en su hacer”.
Así, intrincada y divinizada, el deseo revivía en exasperación cuando al agua una marchita flor caía. Era su enaltecida existencia aquello que los paseantes gozaban contemplar. Sus vírgenes pétalos fucsia confluyendo en su relumbrante centro amarillo; su compasiva flexibilidad ante las sacudidas de las hojas que la acompañaban; su elevación inaccesible cuando las gotas salpicadas urdían abordarla. Sentían sus admiradores, al igual que yo, que era esta flor asimismo consciente que atemperada, y que por ello, cada día en el que el fulgor del sol le llegaba, nos reconocía con la intensidad de sus colores.
Envueltos ante tamaña belleza, finalmente llegó el día de nuestra sorpresa. Junto a las carpas fui testigo de aquel sublime encuentro entre la flor y el agua. El impulso a dar a conocer lo suave a mi ríspida piel me sobrevoló en ese instante: estaba aún la mitad de su manso cuerpo sobresaliendo en la superficie. Con todo, por amor, incapaz estuve de profanarla.
Marc Papàïs
Conde de Erialplatonia :j:

Monday, January 30, 2006

Bienvenida

Desde el llano, oh vientos de las pampas, haced llegar mi clamor, ¡que mi bramido sea oído y mi voz escuchada! Que el murmullo de un alma anhelante sea la exclamación de toda su vida. ¡Sed avispadas palabras mías!, que mi ánimo doliente debe amarrarse a sí su esperanza y su agotamiento sea a socorro de su olvido, no a su consumación.
¡Que un árbol sin su suelo no es libre! ¡Que un hombre sin su deuda descuida su moral! La inspiración de una mente, la devoción de los sentimientos, son templo sagrado de este
espíritu. Cual el agua que penetra en los poros más recónditos del suelo que cría, su melodía de palabras llena de júbilo un infinito recipiente de miríadas de compartimentos; un sembradío de aquellas flores más bellas, de las inmarcesibles y de las pasionarias vivificantes que nacen y mueren la misma noche. Alma mía, que de ternura te has armado, que con simpatía me haces hablar, ruego a tu menester; que mi amor no posee, que mi apego es sólo fe, que el suspiro al que induces es deseada primavera mas azote en invierno. ¡Habite en mí la coerción de la interdicción; retened su temeraria fuga; quemad la impetra porfía de su profanación! Encadenado ser, de destino fusco soy, fuese rey, fuese esclavo, aquello todo súbdito lo es. ¡Viva así! ¡Marche! Estoicos brazos, férvida piel, cansinos pies: ¡Sostened al hombre en su hoguera! ¡No has nacido Sísifo, has nacido pecador!
¡Odas de delicia, coplas de zorzal! ¡Advenid a mí! ¿Tú, Pampero, de allí vendrás? Tú, que no eres mía, ¡concédeme tu caricia sobre mi cabellera! ¡Melodías en contrapunto, no veáis mi plañir; fijad mi esperanza; coread vuestra
cristiana letra; cundid Su temperancia! Entre serafines, lo entrañable asomará; DIGNA AMIGA, ¡AL FIN TORNARÁS!

Conde de Erialplatonia

Thursday, December 01, 2005

El montaje del amor verdadero

Una imagen femenina es captada espontáneamente, sin ser resultado de una operación voluntaria concreta ni dándose a avisar previamente. Es un instante casual, fotográfico, destinado a dejar de ser significativamente perecedero para constituirse en el formato de una foto borrosa una imagen suprema de culto. Habiendo o no anteriormente fantaseado con la presencia de otras mujeres, desde el instante en que se toma esa fotografía el deseo que antes fue una especulación veleidosa se transforma un impulso definido y constante que emana de una más pura impresión, la impresión de esa fotografía. La presencia de esa imagen borrosa que causa una profunda impresión es perenne, y más allá de que la mujer de la cual se originó sea en el momento o en el futuro partenaire, la imagen por cierto se le abstrae y pasa a ocupar un sitio en lo alto desde el cual se ilumina a todos los demás con su emanación de sentimientos. La fotografía, irreproducible e insondable, contiene y obliga a la definición de lo sublime, lo supremo, el eterno; sin proveernos por ello jamás un ejemplo de su significado. Es cual el Dios de los judíos fuera presentado a Moisés: inefable, carente de una figura concreta, de ninguna forma materializable. Queda el recuerdo de su dorso, pero no de su cara, y sin embargo, es muy cierta su existencia. Como el protagonista de Demian, es un concepto que si se lo procura dibujar se escabullirá en la aparición de una imagen disconformante, angustiante, tal vez asociable a un conocido espectro amenazante, ajeno a la sensación de sublimidad que la fotografía nos incita. De ella surge la veneración que le da a ella y a uno sentido; ella convoca a su venerador a contemplarla infinitamente, a medir a las mujeres del mundo en relación a su imagen, a desearla profundamente y sacrificar todo por ello.
El adolescente, con su fotografía de culto, aún debe foguearse en la experiencia misma. La fotografía puede conducirlo por el camino de cien mujeres o por el camino de la soledad, mas en nada se diferencia una situación de la otra. La imagen, tan ineludible y tan forzosa, condena a su portador a anhelarla tan profundamente que por largo tiempo los encuentros con mujeres en la realidad se manifiestan como una ausencia apremiante; es a causa de esto que, también para quien la compañía ha abundado, el sentimiento de inconformidad y la imperiosidad de abandonar y emprender una nueva búsqueda una y otra vez, la reducen a la nada. El deseo de la imagen es la fuerza de un universo y su consecución, con sus vaivenes, llena de sufrimientos, es una promesa de la cual ni en lo más mínimo se descree de que se cumplirá imperativamente. Ergo, la eterna búsqueda del adolescente se fundamenta en una confianza inquebrantable que construye desde el primer momento una fe teleológica. El encuentro de la sublimidad está para él escrito en la historia, y por ello, todo avatar, todo disgusto, sólo es una etapa necesaria en el viaje hacia lo sublime, y en tal condición, afortunadamente, capaz de ser sobrellevado.
Este viaje en busca de lo sublime, como una travesía desde la Tierra a un punto oscuro y lejano del Universo, solitario y afligido, lleno de esperanzas y portador de una certeza que se revelará falsa, arriba un día a su punto más lejano, desde donde comienza el regreso. Aquel día es el momento en que el miedo a la soledad y el desconcierto eterno aflora por doquier alrededor de la imagen de culto. -¿Debo “olvidarla”?- Es la interrogación más frecuente que se responde con otra interrogación -¿Olvidar a quién, si en realidad no hay nadie allí?- Comprender que la imagen es apenas una ficción, con mucho sentido, pero una ficción al fin, acaba provocando una impresión de desasosiego mucho más profunda y, en un primer momento, difícilmente superable. El advenimiento de una aflicción total en el joven es, aunque sus cavilaciones lo hagan vacilar, la puerta de salida, o mejor dicho, la puerta de entrada a la superación de su soledad y de su lejanía. La aflicción es la fase más esperanzadora para el joven, pues gracias a ella comienza a descubrir nuevos sentidos para sus sensaciones; y lo más primordial es que aparece por primera vez la conciencia de su responsabilidad, que le pertenece a él y sólo a él. Lo que haga tendrá consecuencias sobre lo que será, lo que sentirá, lo que vivenciará, y es a causa de esta nueva impresión que se inicia el desprendimiento de lo que en adelante puede representarle su tara: esa idea teleológica de que su historia está escrita y que vale esperarla a que finalmente se concrete. Pero se trata de un desprendimiento muy particular, pues nunca se abandonará del todo la idea de la historia ya escrita. Evidenciará que su historia será la historia de la imagen, su destino estará esbozado en esa imagen, aunque se trata de un destino que no se conoce ni jamás se conocerá. Por eso, cada acción que uno lleve a cabo es consecuencia y causa de otra acción en un nuevo escenario creado por la acción anterior, es decir, la compañía, la sensación de realización personal en el amor, será obra de cada uno; y justamente, cada sucesión de aciertos y de sensaciones de satisfacción serán al menos la seguridad de que se alcanzó una experiencia inherente e imprescindible para quien se ha elegido como destinatario de un fin elevado. Contrariamente, muestra de lo contrario será cada sucesión de faltas de virtud e ineficacias.
Cuando el joven haya asumido su condición, entonces su camino hacia el amor verdadero estará señalado en el nacimiento del Hombre “decidido”. Un hombre afligido por su destino y consciente de sí mismo y de su deber será quien al cabo se conduzca día a día con el recuerdo y el deseo de esa imagen que encontrará en su mujer “verdadera”, lejos de toda idealización, en una compenetración incondicional con el amor y su deleite; descifrando la presencia de los atributos de la imagen en la mujer “verdadera”, que es tal no por cómo es, sino por su trascendencia celestial que lo honra.

Marc Papàïs, Conde de Erialplatonia

Noviembre de 2005